Nombres de familia


Nombres de familia

Los García-Valdecasas son aficcionados a celebrar la llegada de un nuevo "valdecasito" con el regalo de un apelativo cariñoso que lo acompañará durante toda su vida, relegando el verdadero nombre a su mero uso administrativo. El abuelo José Ignacio fue conocido por todos en su más tierna infancia como "titi", pasó en su juventud a ser "el titi" y terminó siendo "el tío titi" hasta el triste día de su muerte.

No iba a ocurrir algo diferente con su descendencia. Por ello, los cinco retoños que nacieron de la abuela Pepita fueron recibiendo los sobrenombres de Pocholo, Pitu, Tito, Sonipruit y Cuqui.

El mayor, José Ignacio para el mundo, para los Valdecasas fue Pocholo, Pocholín. Especialmente para el abuelo Mauricio quien siempre conservó la costumbre de hacer pintadas en los terraplenes de las carreteras. De tal forma que, antes de que pudiera lucirse el letrero de "HOLLYWOOD" en las colinas de California, ya lucía el letrero de "MI POCHOLO" en mitad de la ruta de la carretera nacional 323 que unía Granada con Motril.

La segunda, que heredó el nombre de su abuela Matilde, fue bautizada a lo Valdecasas como Pitu, de pitusa y antes de ser, también, Goldameir, de "golda". Pitu paseó su sobrenombre por Granada, Montefrío y Viznar (el triángulo geográfico de su primera infancia), lo lució en los primeros años del Colegio de "las brujas" e incluso lo llevó en su viaje al nuevo mundo en el que fue recibida como Pitu por los Valdecasas venezolanos.

Tito, el tercero, persistió con su apelativo en sustitución de su Luis natal, y lo amarró a sus juegos playeros en Adra (la Traiña, Las Gaviotas), a sus buceos y a su pesca a mano del pulpo, hasta que se lo robó un recién llegado a Verano Azul que jugaba con El Piraña.

Tras Tito llegó Sonipruit. No sabemos si este apelativo cariñoso está más inspirado en la tradición Valdecasas o en la modernidad nominativa propia de los setenta con la que intervinieron sus hermanos mayores que ya tenían voz en asuntos tan principales. El caso es que Sonipruit luce su sobrenombre con orgullo valdecasero por Almería, Logroño y el mundo entero.

La chiquitina, reencarnación de Marquesa de rancio abolengo, fue bautizada como Cuqui para la familia. Según el abuelo Mauricio la Cuqui era más chica que una peseta de queso pero más lista que el hambre. Su apelativo le venía como anillo al dedo y pervivió mucho tiempo en la nomenclatura familiar. Quizás hasta que lo cambió por Miss Carmen en la pérfida Albión.

Así que, chicos y chicas, hijos y sobrinos, sabed que siempre habrá un Pocholo, una Pitu, un Tito, una Sonipruit y una Cuqui, que cuidarán de vosotros.

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