La abuela Carmen nació en un carmen
La abuela Carmen nació en un carmen
La abuela Carmen nació en un Carmen. Doña Carmen López Herranz, mi
abuela paterna, nació en un carmen de Granada. Un carmen es una casa con huerta y jardín en las laderas
del Albaicín o de la Alhambra. Su carmen familiar estaba situado en la antigua
judería de Granada, el Realejo, en la colina de la Alhambra. Hoy día aun se
puede ver al final de la calle Molinos, número 69, la preciosa baranda que rodeaba la
vasta extensión del jardín y la vivienda con el anagrama labrado en piedra del
escudo de la familia López Zayas, LZ, en
el conjunto que se denominaba Huerta de los Ángeles.
La familia pertenecía a la alta burguesía granadina. Una familia rica e
influyente en aquella sociedad de principios del siglo XX. Luis López Zayas, mi
bisabuelo, fue impulsor junto al Duque de San Pedro de Galatino de la sociedad
que puso en funcionamiento el tranvía de la Sierra, o de la sociedad a la que
perteneció el padre de Federico García Lorca y que
comercializó el azúcar de caña desde la fábrica de Pinos Puente, entre otras. Compartía su
actividad empresarial con sus acciones benéficas como el mecenazgo de la
cofradía de la Virgen de San Cecilio, la “greñúa”, o el bautizo de niños pobres tal y como se recoge en la prensa de la época.
Era costumbre en aquellos tiempos que las hijas de las familias
pudientes estuvieran escolarizadas internas en un colegio de monjas. La abuela
Carmen lo estuvo en el colegio del Sagrado Corazón de Jesús más conocido por
colegio de “las brujas”. Aquellas religiosas afrancesadas verdaderamente parecían
brujas: hábito negro hasta el suelo y toca negra sobre pañuelo blanco doblada
en pico hacia el cielo. Daba miedo verlas.
El colegio ocupaba una finca inmensa junto al río Genil de la que con
el paso de los años se han ido vendiendo los terrenos que circundan el edificio
principal y su capilla para construir las viviendas que ha exigido la expansión
de la ciudad. Ahora los jardines y las huertas del colegio se han quedado
reducidas a la mitad de la mitad. Aún así sigue siendo grandioso.
Allí mi abuela tenía que hablar reglamentariamente en francés, aprender
canto, gramática, las reglas básicas de las matemáticas, latín y costura. Todo
lo que se esperaba de una auténtica señorita de buena familia. Además de rezar
con devoción, oír misa a diario, confesar y comulgar para santificar las
fiestas.
La abuela nos contaba que en el colegio había dos tipos de alumnas: las
de pago y las pobres. Naturalmente, ella era de las primeras. Las de pago
dormían en grandes dormitorios, vestían uniformes de buena tela, usaban reclinatorios
en primera fila de la capilla y comían con cubiertos de plata con sus iniciales
grabadas. Las niñas pobres vestían una bata de compromiso, servían el comedor a
las niñas de pago comiendo más tarde en vajilla de diario, entraban al colegio por
una pequeña puerta lateral, pues la principal estaba reservada a las alumnas de
pago, y daban gracias a Dios por tener la fortuna de recibir la caridad que les
permitía asistir a un buen colegio religioso. ¡Hay que ver cómo han cambiado
las cosas con el paso del tiempo!
Cuando la abuela Carmen era mozuela comenzó a asistir, con sus amigas
de buena familia, a los bailes que se organizaban los sábados por la tarde en
el paseo del Salón. En el edificio que hoy es biblioteca municipal de Granada.
En uno de estos bailes conoció a un apuesto y alto mozalbete, natural de
Montefrío, apasionado del campo y de la caza, que se llamaba Mauricio. A la
postre, nuestro abuelo. Imaginad la desaprobación
de los padres de la abuela: -“!¡La niña ennoviada con un montefrieño! ¡Rico,
eso sí, pero un don Juan, un vividor, sin oficio ni beneficio!” Pero quién le
pone puertas al amor. Para los Valdecasas, aquel idilio era un buen negocio.
Cuando los abuelos se casaron compraron un piso en la Gran Vía y allí
nacieron sus cinco hijos, todos varones: Mauricio, Juan María, Luis, José
Ignacio y Enrique. Aparte de procrear, mi abuelo Mauricio no trabajaba en nada
conocido. Vivía de las rentas del cortijo y se pasaba los días entre la caza, la
supervisión del campo y las tertulias en el Centro Artístico de Granada: periódico
en mano, cigarro en la boca, coñac en los labios, y arreglando el mundo.
Pero el cortijo Ágreda, no daba para todos los gastos que exigía una
vida tan regalada. La abuela fue consciente de que sacar a la familia adelante
en plena postguerra, era tarea ardua. Cinco niños, más si son valdecasillas, comen
mucho. Por ello, emprendedora y entusiasta, decidió montar una industria.
Compró unas máquinas automáticas de hacer punto, las primeras de
Granada, que instaló en una de las habitaciones del piso e inició un próspero
negocio vendiendo, primero sus tejidos, y después confeccionando trajecitos de
bebé. Contrató a muchachas jóvenes a las que instruyó en la confección a
máquina para que le ayudaran a cortar y tejer. Y corta que te corta, teje que
te teje, la cosa funcionó. ¡Bravo por la abuela!
Esa fue la abuela Carmen que nos vio nacer a Pocholín, Pitu, Tito,
Sonipruit y Cuqui. Una abuela amorosa, culta, inteligente, emprendedora y
laboriosa. La misma abuela Carmen que un día de 1903 nació en
un carmen.
Hola, soy Pedro Manuel Ballesta Sánchez bisnieto de Carmen López Zayas hermana de tu bisabuelo Luis, tengo fotos y cartas de ella. Podríamos compartir algo.
ResponderEliminarSaludos
pedromanuel.ballesta@gmail.com
Por cierto, al panteón del cementerio de Granada le han puesto unas placas encima de los nombres de nuestros antepasados, no sé qué habrán hecho con sus restos.
ResponderEliminarSaludos.
I love your stories and through your grandfather Mauricio we share great great great great great grandparents :)
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